Quise evitar que ambos tuvieran contacto. Fue inútil
siquiera intentarlo. Javier la saludó cordialmente, como suele hacerlo con
todos. Pude observar, a pesar de la tenue luz de la luna y los faros encendidos,
que ella lo miró con desdén como si fuese su enemigo. Mariana me miró. Ella esperaba
que subiera al carro. Me despedí de él con el pretexto de que debía ayudarla
con su examen para entrar a la UAM . Lo hice como si me despidiera de un amigo
más. Le di un abrazo y un beso en la
mejilla. No me iba a sentir bien si lo hubiese hecho como acostumbrábamos. No me
sentiría cómoda haciéndolo frente a ella. Me pidió que fuéramos a su casa aunque
fuese tarde. Entramos a su cuarto, nos tendimos en la cama y platicamos toda la
noche. Al día siguiente dimos un paseo por la calle. Me gusta caminar cuando es
con ella…
No había hablado con ninguno de los dos en lo que iba de la
semana. Solo a ella la extrañaba. El día sábado alguien tocó el timbre de mi
casa. Abrí y era Javier. Él lloraba como Magdalena.
-Dime que no es cierto –dijo entre sollozos.
-¿De qué hablas?
-Solo di que me amas.
Me quedé callada. No estaba preparada para una intervención
así.
-¡DILO! –me espetó.
- No puedo –bajé la mirada sin saber cómo actuar.
La reja estaba abierta así que él entró. Me tomó por el brazo,
mientras me agitaba, dijo: “¡No puedes hacerlo Daniela! ¡A mí no!”. Llegaron mis
hermanos y pensaron que me estaba lastimando. Lo sacaron del jardín y lo
llevaron hasta la calle. Él se fue.
No sé qué hacer ni que decirle. No quiero verlo ni hablarle.
Algo que nos pertenecía a ambos se había roto ya hace mucho y no sabía cómo explicárselo.
Sé que él lo sabía, solo que no quería verlo. Esta tarde lloré igual que lo
hice hace tres semanas. Volví a sentirme vacía y sola. Volví a sentir que mi
existencia en este mundo era una porquería, pero algo cambió. Ella llegó a mi
casa y mi madre la dejó pasar. Yo estaba sentada en mi cama con la cara hundida
en una almohada. Ella tomó mi mano suavemente y me abrazó. Ha estado a mi lado
toda la tarde repitiéndome en el oído que todo estaría bien. Me sentí tan
protegida que puedo jurar que un manto que emanaba de ella me cubría. Amor.
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