Me atormenta la idea de ser deshonesta con él. No puedo
evitar no sentir nada al hablarle, al besarlo, al abrazarlo, al estar con él.
Este lunes me llamó para vernos. Le inventé mil y un excusas, aun así siguió insistiendo.
Acepté salir con él. Esa tarde pasó por mí a la escuela que está en la esquina
de la calle en donde vivo. Tenía dos semanas de no nos, y vi la emoción en su
rostro al verme. Conocía esa mirada. Debo admitirlo solo sentí tristeza al
verlo correr para abrazarme. Cuando llegó a mi lado solo le regalé media
sonrisa. No sabía qué haría cuando preguntara si todo estaba bien, para mi
fortuna, no lo preguntó. Pasó toda la tarde hablando de cómo le iba en la
escuela, qué pasaba de nuevo con su familia, de sus amigos. Solo hablaba de él,
como siempre, sin preguntarme qué pasaba conmigo o si algo andaba mal entre
nosotros. Pensé que para eso quería verme. Llegó la noche y me llevó a casa. Nos
despedimos con un beso en los labios… Eran tan gruesos, muy ásperos, muy…
toscos. Nada comparados con los de ella.
Martes, miércoles y jueves pasaron sin saber nada de ella. Al
llegar el viernes volví a salir con él. No tenía la fuerza para decirle la
verdad de mis sentimientos. Habían pasado tantos años a su lado, tantas cosas
con él que no sería fácil dejar que todo se perdiera. En realidad ¿qué había? ¿Qué
íbamos a perder? Ya habíamos perdido todo en el camino recorrido juntos. Ambos nos arrebatamos el respeto, el amor
propio, la dignidad, el orgullo, la confianza. No quedaba nada.
Fuimos al cine y vimos una película tonta. Nos detuvimos una
calle antes de llegar a mi casa. Le pedí que bajáramos del auto y nos
sentáramos en la banqueta. Ahí estábamos sentados en la banqueta a la luz de la
luna. Me tomó de la mano y quiso besarme. Me hice a un lado y ágilmente esquivé
su boca y sus intenciones de abrazarme. Las palabras salieron de mi boca como si hubiesen
salido por obra divina. “Ya no soy tuya, Javier” él ni siquiera se dió cuenta
de la seriedad de mis palabras y me dijo “Amor, no me digas eso. Mejor cállate
y dame unos pinches besotes”. No pude evitar reírme ante la graciosa frase. Le quitó
lo serio al momento, como siempre. Comencé a llorar por la frustración que
sentía y de lo mucho que me dolía que él no supiera que ya me había perdido. Los faros de un auto nos alumbraron
y alguien bajó de el. Era ella…
¡Uh! ¿Tenerlos a los dos en el mismo lugar? ¡Qué incómodo!
ResponderEliminarAsí es.
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