martes, 30 de octubre de 2012

Él


Me atormenta la idea de ser deshonesta con él. No puedo evitar no sentir nada al hablarle, al besarlo, al abrazarlo, al estar con él. Este lunes me llamó para vernos. Le inventé mil y un excusas, aun así siguió insistiendo. Acepté salir con él. Esa tarde pasó por mí a la escuela que está en la esquina de la calle en donde vivo. Tenía dos semanas de no nos, y vi la emoción en su rostro al verme. Conocía esa mirada. Debo admitirlo solo sentí tristeza al verlo correr para abrazarme. Cuando llegó a mi lado solo le regalé media sonrisa. No sabía qué haría cuando preguntara si todo estaba bien, para mi fortuna, no lo preguntó. Pasó toda la tarde hablando de cómo le iba en la escuela, qué pasaba de nuevo con su familia, de sus amigos. Solo hablaba de él, como siempre, sin preguntarme qué pasaba conmigo o si algo andaba mal entre nosotros. Pensé que para eso quería verme. Llegó la noche y me llevó a casa. Nos despedimos con un beso en los labios… Eran tan gruesos, muy ásperos, muy… toscos. Nada comparados con los de ella.
Martes, miércoles y jueves pasaron sin saber nada de ella. Al llegar el viernes volví a salir con él. No tenía la fuerza para decirle la verdad de mis sentimientos. Habían pasado tantos años a su lado, tantas cosas con él que no sería fácil dejar que todo se perdiera. En realidad ¿qué había? ¿Qué íbamos a perder? Ya habíamos perdido todo en el camino recorrido juntos. Ambos nos arrebatamos el respeto, el amor propio, la dignidad, el orgullo, la confianza. No quedaba nada.
Fuimos al cine y vimos una película tonta. Nos detuvimos una calle antes de llegar a mi casa. Le pedí que bajáramos del auto y nos sentáramos en la banqueta. Ahí estábamos sentados en la banqueta a la luz de la luna. Me tomó de la mano y quiso besarme. Me hice a un lado y ágilmente esquivé su boca y sus intenciones de abrazarme. Las palabras salieron de mi boca como si hubiesen salido por obra divina. “Ya no soy tuya, Javier” él ni siquiera se dió cuenta de la seriedad de mis palabras y me dijo “Amor, no me digas eso. Mejor cállate y dame unos pinches besotes”. No pude evitar reírme ante la graciosa frase. Le quitó lo serio al momento, como siempre. Comencé a llorar por la frustración que sentía y de lo mucho que me dolía que él no supiera que ya me había perdido. Los faros de un auto nos alumbraron y alguien bajó de el. Era ella…

sábado, 27 de octubre de 2012

She


La semana pasada fue un desastre. No pude ver a mis amigos y tampoco la pude ver a ella. Sin embargo esta fue muy diferente.
El lunes pensé mucho en ella. Él no dejaba de llamar e insistir ¿Para qué llamaba? ¿Acaso era para querer salvar la relación que tenemos? No lo supe y ni quería saberlo. Ese día me propuse llamarla el martes por la tarde. No estaba segura de lo que hacía pero las ganas de verla, abrazarla y decirle cuánto la extrañaba eran más grandes que todas las dudas que tenía.
Al día siguiente tomé el teléfono y marqué el 67-56-32-55. Ella contestó la llamada. Me quedé atónita sin saber qué decir.  Después de tres horas de hablar acordamos en salir al día siguiente.
El jueves salí de mi casa con un nudo en la garganta. No sabía cómo íbamos a actuar pues tenía mucho que no nos veíamos.  Cuando la vi sentada en la fuente frente al cine, no dudé. Mis pasos se hicieron firmes y caminé hacia ella. Era igual a la primera vez que la había visto en aquel salón en el que pasábamos horas. Al verme se paró de inmediato, y con una mirada agraciada, me sonrió. Pasamos la tarde entera hablando de nuestras vidas, de nuestros amigos, de nuestras nuevas escuelas y recordando todo lo que habíamos vivido juntas. No recordaba lo mucho que me gustaba platicar con ella. Llegó la hora de irnos a casa. Me acompañó a donde vivo. Me tomó de la mano y me dijo "te extrañaba amiga". “Amiga” ¿A eso dejé que nuestra relación regresara? No pude evitar hacer un gesto de molestia al escuchar ése término tan nefasto con el que se refería a mí. La solté de la mano y decidí seguir caminando como si no hubiese pasado nada. Ella se percató de mi reacción y se quedó en silencio. Al llegar a mi casa nos dimos cuenta de que no había nadie. La invité a pasar, por educación, y ella aceptó. Al cruzar la puerta me abrazó y yo a ella. Me besó la mejilla, las manos, la frente, y acarició mi rostro. Tomó mi barbilla y la llevó hacia su suave y delicada cara. Sin pensar dejé de reaccionar y me dejé llevar…
Al día siguiente desperté aún con la hermosa sonrisa que ella había dejado en mí. La verdad es que no me importa lo que vaya a pasar. Solo me importa ella. La cuestión es: ¿cómo decírselo a él?.

domingo, 14 de octubre de 2012

Solo quiero hablar



Muchas cosas han cambiado: mis decisiones, la manera en la que hablo, en la que veo a las personas, mis compañeros de salón, mi escuela y sobre todo ella.
 Pensé que sería difícil comenzar de nuevo, y por lo visto no estaba equivocada. Antes no era callada, mucho menos tímida. Decía las cosas que sentía y que pensaba. Hacía lo que quería.
Hoy soy diferente pienso más las cosas y ya no actúo por impulso. Pero confío en que sigo siendo la misma y que solo es cuestión de tiempo para estar en confianza y pueda hacer lo que siempre he hecho. Sé que en algún momento podré ser cómo era antes, pero ahora no. No, porque no me siento cómoda, no me dan ganas de ser yo misma y explayarme como yo quisiera. Pero sé que, como ya dije solo es cuestión de tiempo. Esta semana intenté dejar atrás todo y comenzar de nuevo pero cada olor, cada sensación me recuerdan todo lo que he vivido en mi otra escuela, "en mi otra vida", como me gusta llamarla. No puedo evitarlo. Hoy fue sin duda uno de los peores días de mi existencia. Caminé a la biblioteca y recordé todo. Me sentí completamente sola. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. Y no quería que nadie me viera porque en realidad no quería que me vieran débil y derrumbada. Me metí al baño y ahí mis sentimientos fueron libres de hacer lo que mejor saben. Salir.
Lloré tanto ese día, me sentí tan sola y abandonada... Mi error fue que estaba acostumbrada a que ella, mis amigos, él y los que me apreciaban estuvieran para mí. No tuve más remedio que secarme las lágrimas y salir del baño directo a mi siguiente clase.
Llegó el viernes y conocí a una vieja amiga de mi padre, quién me habló de él. No pude evitar llorar una vez más al recordarlo. Pisé el mismo juzgado en el que él se pasaba horas. Incluso me senté en el mismo escritorio en el cual se sentaba a hacerme poemas y a trabajar para darme una buena vida. En fin esta semana ha sido dura; difícil y sobre todo inesperada. Espero que la próxima sea mejor y pueda hacer más cosas. Tengo fe en que nada vuelva a la normalidad; en que todo sea aún más diferente y yo pueda divertirme y adaptarme a lo nuevo, y si no puedo adaptarme entonces... que ellos se adapten a mí.